por Jose Brito.
Ya echa a andar La Quinta Rueda. Con emily a cuestas, su
nueva obra, este joven grupo de teatro anuncia la presteza hacia el camino.
Charles Wrapner acude a su oficio de director sobre el escenario para generar
vida entre las paredes del Instituto Superior de Arte. El tiempo inunda las mentes de los jóvenes estudiantes y actores, para
soñar las posibilidades que les brinda el teatro. El teatro como arma sin fin
de trabajo enérgico, como compromiso diligente hacia el arte y la poesía.
La Quinta Rueda surge con la impronta del pasado, con las reminiscencias de la dulce
mañana. Este grupo de actores, dramaturgos y teatrólogos se juntan para
traficar con la perseverancia, para crear junto a Charles, su director, la
escuela y el escenario que pretenden. Hoy La Quinta Rueda ya no es más una
utopía, es el espacio arrebatado a la inmovilidad y a la abulia.
“Hay algo muy sutil y muy hondo
en volverse a mirar el camino andado…
El camino en donde, sin dejar
huella, se dejó la vida entera.”
Charles ha caminado bien, se ha
hecho de armas para su galope certero. Con Los ciegos de Maeterlinck, su
primera obra estrenada como director hace algunos años en Santa Clara, se abrió
paso dentro de un camino simbolista que apuntaba hacia la búsqueda dentro del
texto para aprehender los elementos que volviesen presente esa dramaturgia a
pesar de haber sido escrita en 1890. Dirigiendo un grupo de estudiantes de
teatro estructuró esta pieza bajo una sobriedad actoral y una escasez de
elementos escenográficos que la volvía contrastante con el resto del
panorama teatral de la ciudad.
Tiempo después, Wrapner se remite
a los textos referenciales, si bien podemos llamarles “clásicos
contemporáneos”, para fragmentarlos en un espectáculo que bebiera de las
corrientes teatrales más distantes, incluso de la narrativa. Intercaló escenas
de La inevitable ascensión de Arturo Ui, El avión negro, La señorita Julia,
La noche de los asesinos, Dos viejos pánicos y Del amor y otros demonios,
para hablar del hombre y sus inconformidades, sus retos y sus pasiones. Huellas
de mis ojos fue el título de esa pieza que se estructuraba en la escena en
la medida que los propios actores “jugaban” al teatro. Resultó un peldaño
sólido en la carrera de este joven, que sin dudas entendió el lenguaje escénico
y lo conjugó partiendo de algunos referentes textuales para desplegar todo el
conjunto de posibilidades que brindan esos pilares de la dramaturgia cubana y
universal.
Poco más de un año faltó para que
Charles estrenara otra obra. Esta vez se trató de una suerte de creación
colectiva que no partió de un texto preconcebido, sino de una necesidad
objetiva de hacer teatro y fundar una práctica entre los jóvenes estudiantes de
la Academia de Artes de Villa Clara. Patria y Vida llevó por título el
mencionado espectáculo. En ese momento los actores acudieron a su pasado, al
que les correspondía y al que se habían agenciado por medio de la historia de
este país, para proponer acciones a su director y conformar una obra homogénea
y alusiva de hechos reales, sociales, políticos y personales. Charles se
descubrió mediante esta obra como un director que aunque incipiente, se
preocupaba por la búsqueda de un camino auténtico más allá de los propios referentes
que pudiera tener.
De alguna manera este ha sido el
camino, o la parte visible del camino que Charles ha transitado y en el que se
encuentra. Por ello surge La Quinta rueda, por estos motivos quizás se adentran
en la personalidad de una artista como lo fue Emily Dickinson para encontrarse a ellos mismos y mediante Emily, su obra. Entonces
procurarse un compromiso que los una a esta práctica artística tan necesaria
que es el teatro.
“una luz muy tenue…”
Este grupo se concreta con emily,
el espectáculo oscuro y silencioso que nació sin permiso. Grupo y espectáculo
tienen la misma edad y acaso los mismos propósitos. Aprenden a ingeniárselas
sobre la marcha como ese dispositivo redondo que gira bajo los carros para
contribuir al movimiento. emily calza con su silencio el engranaje
acelerado que precipita a estos muchachos sobre el teatro.
La obra es sencilla, pequeña, sin
atributos ni artificios de escena. Es una reducida cápsula que se abre apenas,
para que escapen “ingenuas” las feroces transparencias de la mente.
“Esta es la historia incoherente
y monótona de una mujer y un jardín. No hay tiempo ni espacio, como en las
teorías de Einstein. El jardín y la mujer están en cualquier meridiano del
mundo —el más curvo o el más tenso—, y en cualquier grado —el más alto o el más
bajo— de la circunferencia del tiempo. Hay muchas rosas”. (Dulce Ma. Loynaz, Preludio,
2002)
El espectáculo es una
mirada a Emily Dickinson, la poetisa estadounidense de la
segunda mitad del siglo XIX. Ricardo Sarmiento, dramaturgo de la pieza,
pretendió imbricar la poesía con destellos de la vida real de la escritora para
conjugar un lenguaje que se regodea entre las cavernosas profundidades de las
letras y la devastadora soledad de la Dickinson.
El texto alterna los versos con
el encierro. Encierro que duró algo más de quince años para esta mujer que
decidió vivir casi una vida de monja dentro de su propio cuarto. Emily no
concebía el mundo de “afuera”, para ello tiró el cerrojo de su puerta y de esa
manera se las arregló para fomentar un proceso cultural al que invitaba a
poetas y escritores vecinos. Sus amigos se reunían en tertulias y ella del otro
lado del portón escuchaba los poemas y deliraba en su existencia.
La escena se despliega sobre su
cuarto, todo ocurre dentro de los cimientos que delimitan el intranquilo
equilibrio emocional de la poeta. Las paredes imaginarias cortan el camino que
la actriz necesita para salir a soñar. Emily necesita encerrarse para que sus
sueños crezcan; Charles necesita encerrarla para lograr un ambiente de
contención que tribute a las características esenciales de esta mujer que amaba
las letras. Por ello la obra transcurre como en un suspiro, como un batir de
alas al decir del propio dramaturgo.
“No es, gracias a Dios, una
novela humana. Quizá no sea ni siquiera una novela. El Diccionario de la Lengua dice —y
hay que creerlo— que novela es una obra literaria donde se narra una acción
fingida; y cabe preguntar si merece el nombre de acción este ir y venir
infatigables, este hacer caminar infinitamente a una mujer por su jardín”. (Ídem)
Todo ocurre bajo la imperiosa necesidad del viaje, de partir, de amar, de
temer. Estas fueron además las palabras de la actriz, de Lissette de León, la
joven muchacha que encarna el personaje en la escena. Acudiendo al
distanciamiento, o al “acercamiento”, esta muchacha se descubre dentro de Emily
para analizarla y confrontarla desde dentro. Nada ocurre mejor que lo que se
tiende sobre uno mismo. En emily la bipolaridad entre actriz y personaje
se delimita y se materializa en los cambios de vestuario que asume la
intérprete ante nosotros mismos. Todo apoyado por la música que se cuela entre
las angostas ranuras de los sentidos.
Lissette es entonces la actriz
que nos narra a través de sus cartas el descubrimiento y el enfrentamiento con
la poeta mediante la obra de teatro. Emily se vuelve así el vehículo más cercano
para hablar de interioridades humanas y de pasiones ocultas. Este diálogo entre
la actriz y el personaje armoniza muy bien dentro del contexto del espectáculo,
puesto que revive ciertas zonas particulares dentro del ámbito íntimo de la
representación. Sustenta de esa forma el lirismo casi onírico que matiza el
escenario.
El pequeño farol, las mustias
cartas amorosas que naufragan en la cornisa, el velo de oscuras insinuaciones,
el rígido neceser que oculta los sueños de la escritora, el anhelo perenne de viajar
hacia los rincones más soterrados del alma atormentada son el equipaje de la
poeta y Lissette, su joven compañera de viajes. Todo sucede como en el jardín.
“unas rosas muy solas…”
“Si le justificamos a mi novela
la condicional de acción, forzoso es convenir en que su trama ha resultado tan
espaciada y débil, tan desprendida a tramos, que apenas alcanza para sostener
la armazón de los capítulos (…) No sé si, una vez hecha, se rompa la
invertebrada historia en otras manos menos cautelosas que las mías y con menos
precisión de serlo”. (Ídem)
En la obra de Charles las
acciones parecen escapársenos de las manos con la misma velocidad que aparece
la muerte. La muerte, esta señora de negro que una vez más entra al escenario,
en emily cambia de forma y de pareceres para flotar sobre la cabeza de
la poeta. Pasa y se detiene como en los poemas de Dulce María, solo que en el
espectáculo viene acompañada de la música y la lágrima; mientras que en la
poesía de la Loynaz, la muerte es traída por el río en silencio, con ciertos
desganos de rocío.
En esta obra, la música actúa
desde adentro, con el perenne objetivo de apuntalar la acción por momentos
pequeña y escurridiza, casi muda. La acción interna en esta puesta es amplia y
abarcadora. Emily desea emprender el viaje, y su vida, las paredes y los
prejuicios le obstaculizan la mirada. Sin embargo, esta gran acción se mantiene
a lo largo del espectáculo, significando un peso enorme; mientras que las
acciones externas se contienen y se recortan en pos del encierro. El personaje
se debate entre sus deseos de partir y la clausura a la que ella misma se
confinó.
Si mezclamos estos dos elementos,
acción interna, enorme pero invariable, y acción externa, pequeña y sajada,
obtenemos entonces un matiz de fantasmal densidad, atributo idóneo para este
espectáculo que parte de la angustia y el tormento.
“En algún momento, la mujer se
nos contagiará del antiguo misterio vegetal que aprisiona su vida; en otro,
será el jardín el que abandone su rigidez leñosa, el que se vivifique a ese
temblor de sístoles y diástoles que ella logra traspasarles a la honda raíz, al
tallo tibio” (Ídem)
Por esos caminos se encuentra
Emily, por los mismos de Bárbara, la mujer que navega dentro del jardín sin
conocer apenas el mundo, asombrándose del dinero y las modas, de los
sentimientos y el tacto. Emily se me parece tanto a Dulce María Loynaz desde su
propio encierro, desde su carácter duro y agreste, desde su natural poesía. Lissette
es entonces un tramo de mujer que se adhiere a la matriz perfumada y universal
de la poesía. Esta comunión de hembras que dialogan conmigo en la escena me
remite a los sonoros pasajes de mi vida.
Eso es emily, una luz
pequeñita que se arroja en asociaciones humanas y divinas. Es la interpretación
directa a una mujer con su jardín, a una escritora con sus creaciones. Es un
viaje; y más que un viaje, la necesidad de
él.
Este espectáculo se encarga de
mostrarnos una Emily tan parecida a Dulce, y una Lissette tan igual a Bárbara…
una Emily tan dulce y una Lissette tan bárbara…