DIEZ MANERAS DE LLAMAR A UN PERRO MUERTO



(c) Ernst Rudin

Un dramaturgo inicia una investigación sobre el turbio hundimiento del Remolcador “13 de Marzo” en la bahía de La Habana en el año 1994, y se enfrenta a los riesgos de llevar a cabo una investigación de este tipo en su país. Mientras tanto, registra las relaciones que mantiene con diferentes personas físicamente distantes. Basándose en estos registros, crea el mapa de afectos que constituye la pieza.
Diez maneras de llamar de llamar a un perro muerto es una obra sobre cómo hacemos nuestra vida con el otro en la distancia. La popular frase cubana “perro muerto” hace alusión a algo que apesta y no queremos ver, o a algo de lo cual no se puede dejar de hablar.
Esta obra trata sobre cómo permanecer en Cuba hoy, una isla que la mayoría de los jóvenes quieren dejar en busca de mejor vida.
Diez maneras de llamar a un perro muerto constituye la segunda parte de una trilogía sobre la emigración, iniciada con el videoperformance “Track 01” (https://youtu.be/­AM3gFcSw8P4) y finalizada recientemente con el site specific “Acuario” (https://­drive.google.com/­open?id=12aBULOgRLJZ8­YoG1x1AFtStby6YSdFLA


+info

https://­www.youtube.com/­watch?v=UM5OSsEq3_g&t­=5s

http://elneto.com/­galery/20



(c) Charles Wrapner


Avenida sensible para un perro muerto

Por Gabriela Perera Vitlloch

El cuerpo permanece expuesto a las relaciones. Posee una especie de entrenamiento natural estimulado por el riesgo. Cuando estos registros se activan en el organismo humano consciente, sentimos lo vivo. Y si traslado este cuerpo al teatro que mi generación construye, encuentro a Ricardo Sarmiento convocando al público a ser parte de Diez maneras de llamar a un perro muerto, segunda pieza de su trilogía  sobre la emigración.
Tanto las primeras tres funciones en la sala Tito Junco y espacios adyacentes al Centro Cultural Bertolt Brecht, como la última en El Ciervo Encantado han reactivado la escala sensorial del espectáculo. Experiencia en la que conviven la conexión entre el joven dramaturgo cubano y la performer Nadia Boudet  y la aleación con los espectadores mediante una especie de  curaduría provocativa en el espacio.

Investigar sobre los sucesos del Remolcador ‘’13 de marzo’’, hecho histórico que argumenta la oscura lista de la emigración cubana, fue una plataforma marina caótica sobre la que Ricardo reconstruyó relaciones personales, hechos concretos de su vida, de su contexto político-social y que se convirtieron en el registro documental del espectáculo. Esta es la etapa primera. Toda esa información compactada en el texto teatral de Sarmiento, una vez planteada para la escena generó, a su vez, otras relaciones. El artista se expuso ante Nadia y este gesto produjo una especie de hibridación entre la experiencia de los creadores. La figura del padre en el exilio, las distancias, las comunicaciones, estudiar dramaturgia, ser amigos, el teatro, son conectores que enriquecieron el discurso confesional de Diez Maneras… Ambos creadores constituyen un cuerpo que se bifurca  únicamente cuando se expande en el espacio. Son la proyección de un espejo trastocado por sus acciones.
La puesta en escena, ajustada a las distintas zonas de emplazamiento, se construye a través de un dispositivo físico. El público es trasladado por los performers a distintos espacios. El espectador integra una masa de personas y debe lidiar con cada presencia desde su individualidad. Debe receptar las historias desde la acción de ambos actantes y a través de diversos dispositivos tecnológicos como laptop, proyectores, micrófonos, celulares, bocinas. Debe vivir la confesión. Así, su imbricación en la pieza o el esencial hecho de estar, termina de construir Diez Maneras… porque cierra y enriquece el ciclo de la experiencia entre los cuerpos vivos. Y es esa complicidad la que legitima nuestra realidad en la Isla.

El paso del tiempo en la obra nutre de tensiones a los actantes y al público. El recorrido es una tela semi-hundida y por tanto está el riesgo. Nadia y Ricardo comunican, accionan desde lo que ellos son, no hay máscaras. Esto a su vez permite, más que una identificación, estar cerca del cuerpo que observa. Ambos se transparentan y poetizan las heridas cargadas por todos los seres que habitan este país. Se desplazan por espacios íntimos y llevan la intimidad a espacios tan vulnerables como la calle. Le hablan directamente a los espectadores. Trabajan con lo vivo o resignifican lo no vivo para asignarle a su historia-recorrido la veracidad, lo sensible. Y todos estos valores trasladan al público la motivación del riesgo por lo vivo.

Para terminar, Ricardo se adentra al mar: en el Brecht, a través de la elevación mediante una soga; en El Ciervo, es la sumersión en el malecón, la que lo traslada a la textura real, no solo del agua, sino del mar que cuenta Diez maneras… Cuestiona la profundidad y la altura. En estos niveles convive su diario de relaciones. Pide auxilio y yo, desde afuera, solo puedo verlo, y puedo también sentir a Nadia muy cerca.

Me he arriesgado a lastimar las marcas de mi piel insular porque hay en Ricardo Sarmiento y en su amiga cómplice una carga consciente de sinceridad. En Diez maneras de llamar a un perro muerto están los deseos irresistibles de gritar el peso del mar y eso define un trabajo osado que posee, en sus bases, un fuerte compromiso con el público y, sobre todo, con la nueva visión de nuestra joven órbita generacional. Con un lenguaje heredero de las prácticas performativas contemporáneas, los creadores nos adentran en una experiencia antropológica que augura, por la proyección de la historia-vida y la concepción sensorial de la puesta en escena, un escenario-luz dentro de la abundante palidez del teatro cubano actual.


(c) Ernst Rudin

(c) Ernst Rudin

 
(c) Laura Rodíguez Arango
 
(c) Ernst Rudin

(c) Ernst Rudin










(c) Olivia Rodríguez


1 comentario:

  1. Interesante y arriesgada propuesta tratar este tema en la Isla. Gran review Gaby, te seguimos desde España

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