Al comenzar la escritura de emily, la idea
principal fue partir de la poesía de Emily Dickinson, de lo que su lectura
había suscitado en mí, y llevar la esencia de sus textos al teatro. La
oscuridad personal tuvo ganas de saber, de imaginar, de irse hasta el jardín de
los Dickinson para hacerse una imagen externa de la poeta; y luego esconderse
bajo la cama para escuchar los pasos, calcular el ritmo, hacerse de los
silencios. El estudio minucioso de las formas hizo que en el texto pudiera hablar
Emily Dickinson, pero que también se escuchara la voz de cualquier individuo.
Lo llamaría una libertad de personaje, a través de la cual habla ella, un
narrador, todos. Algo que se prefigura en el tránsito de lo particular a lo
general y viceversa.
Acompañando la poesía de Emily Dickinson estuvo la
lectura de sus múltiples biografías: la que ofrece Cambridge; la de Paola
Kaufman en La
hermana; la de un individuo casi desconocido para el mundo que decide no
salir más de su casa por quién sabe qué; el verbo de la Biblia y la imagen de
una lamparita que arde en la oscuridad librando una lucha para que no la
aplasten. No se trataba de apropiarse de la vida ajena, sino de buscar en la
vida propia, en la pequeña vida propia, todo lo que pudiese llevarnos a la vida
ajena, que al final se parece mucho a la existencia del mayor puñado de seres
humanos. Siempre acompañados de la música: la música del grillo, de un pájaro o
de Shumann.
Con los días, la imagen de la poeta Emily Dickinson
-presente en una breve edición de sus poemas, en fotografías de otros
espectáculos sobre ella, en el museo que se halla en Amherst- se fue despejando
hasta que una palabra podía ser un paso, y un verso podía encadenarse a otro
hasta formar con sus poemas un discurso. Entonces las ideas se ramificaron
hasta enlazarse con su poesía y abrirle paso. No hay mejor forma de decirlo que
en el monólogo sobre El Viaje. Precisamente, si tuviera que definir qué es la
obra, qué sucede en la obra, diría que un viaje, un batir de alas. Y un día, entre
nosotros, dejó de ser Emily Dickinson para convertirse en emily, emily, como
podría llamarse la hormiga que camina de aquí para allá en la corola de un
romerillo.
Ricardo Sarmiento
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