domingo, 5 de julio de 2015

Un farol y un Jardín


por Jose Brito.

Ya echa a andar La Quinta Rueda. Con emily a cuestas, su nueva obra, este joven grupo de teatro anuncia la presteza hacia el camino. Charles Wrapner acude a su oficio de director sobre el escenario para generar vida entre las paredes del Instituto Superior de Arte. El tiempo inunda las mentes de los jóvenes estudiantes y actores, para soñar las posibilidades que les brinda el teatro. El teatro como arma sin fin de trabajo enérgico, como compromiso diligente hacia el arte y la poesía.

La Quinta Rueda surge con la impronta del pasado, con las reminiscencias de la dulce mañana. Este grupo de actores, dramaturgos y teatrólogos se juntan para traficar con la perseverancia, para crear junto a Charles, su director, la escuela y el escenario que pretenden. Hoy La Quinta Rueda ya no es más una utopía, es el espacio arrebatado a la inmovilidad y a la abulia.
 
“Hay algo muy sutil y muy hondo en volverse a mirar el camino andado…
El camino en donde, sin dejar huella, se dejó la vida entera.”
Charles ha caminado bien, se ha hecho de armas para su galope certero. Con Los ciegos de Maeterlinck, su primera obra estrenada como director hace algunos años en Santa Clara, se abrió paso dentro de un camino simbolista que apuntaba hacia la búsqueda dentro del texto para aprehender los elementos que volviesen presente esa dramaturgia a pesar de haber sido escrita en 1890. Dirigiendo un grupo de estudiantes de teatro estructuró esta pieza bajo una sobriedad actoral y una escasez de elementos escenográficos que la volvía contrastante con el resto del panorama teatral de la ciudad.
Tiempo después, Wrapner se remite a los textos referenciales, si bien podemos llamarles “clásicos contemporáneos”, para fragmentarlos en un espectáculo que bebiera de las corrientes teatrales más distantes, incluso de la narrativa. Intercaló escenas de La inevitable ascensión de Arturo Ui, El avión negro, La señorita Julia, La noche de los asesinos, Dos viejos pánicos y Del amor y otros demonios, para hablar del hombre y sus inconformidades, sus retos y sus pasiones. Huellas de mis ojos fue el título de esa pieza que se estructuraba en la escena en la medida que los propios actores “jugaban” al teatro. Resultó un peldaño sólido en la carrera de este joven, que sin dudas entendió el lenguaje escénico y lo conjugó partiendo de algunos referentes textuales para desplegar todo el conjunto de posibilidades que brindan esos pilares de la dramaturgia cubana y universal.
Poco más de un año faltó para que Charles estrenara otra obra. Esta vez se trató de una suerte de creación colectiva que no partió de un texto preconcebido, sino de una necesidad objetiva de hacer teatro y fundar una práctica entre los jóvenes estudiantes de la Academia de Artes de Villa Clara. Patria y Vida llevó por título el mencionado espectáculo. En ese momento los actores acudieron a su pasado, al que les correspondía y al que se habían agenciado por medio de la historia de este país, para proponer acciones a su director y conformar una obra homogénea y alusiva de hechos reales, sociales, políticos y personales. Charles se descubrió mediante esta obra como un director que aunque incipiente, se preocupaba por la búsqueda de un camino auténtico más allá de los propios referentes que pudiera tener.
De alguna manera este ha sido el camino, o la parte visible del camino que Charles ha transitado y en el que se encuentra. Por ello surge La Quinta rueda, por estos motivos quizás se adentran en la personalidad de una artista como lo fue Emily Dickinson para encontrarse a ellos mismos y mediante Emily, su obra. Entonces procurarse un compromiso que los una a esta práctica artística tan necesaria que es el teatro.
“una luz muy tenue…”
Este grupo se concreta con emily, el espectáculo oscuro y silencioso que nació sin permiso. Grupo y espectáculo tienen la misma edad y acaso los mismos propósitos. Aprenden a ingeniárselas sobre la marcha como ese dispositivo redondo que gira bajo los carros para contribuir al movimiento. emily calza con su silencio el engranaje acelerado que precipita a estos muchachos sobre el teatro.
La obra es sencilla, pequeña, sin atributos ni artificios de escena. Es una reducida cápsula que se abre apenas, para que escapen “ingenuas” las feroces transparencias de la mente.
“Esta es la historia incoherente y monótona de una mujer y un jardín. No hay tiempo ni espacio, como en las teorías de Einstein. El jardín y la mujer están en cualquier meridiano del mundo —el más curvo o el más tenso—, y en cualquier grado —el más alto o el más bajo— de la circunferencia del tiempo. Hay muchas rosas”. (Dulce Ma. Loynaz, Preludio, 2002)
 El espectáculo es una mirada a Emily Dickinson, la poetisa estadounidense de la segunda mitad del siglo XIX. Ricardo Sarmiento, dramaturgo de la pieza, pretendió imbricar la poesía con destellos de la vida real de la escritora para conjugar un lenguaje que se regodea entre las cavernosas profundidades de las letras y la devastadora soledad de la Dickinson.
El texto alterna los versos con el encierro. Encierro que duró algo más de quince años para esta mujer que decidió vivir casi una vida de monja dentro de su propio cuarto. Emily no concebía el mundo de “afuera”, para ello tiró el cerrojo de su puerta y de esa manera se las arregló para fomentar un proceso cultural al que invitaba a poetas y escritores vecinos. Sus amigos se reunían en tertulias y ella del otro lado del portón escuchaba los poemas y deliraba en su existencia.
La escena se despliega sobre su cuarto, todo ocurre dentro de los cimientos que delimitan el intranquilo equilibrio emocional de la poeta. Las paredes imaginarias cortan el camino que la actriz necesita para salir a soñar. Emily necesita encerrarse para que sus sueños crezcan; Charles necesita encerrarla para lograr un ambiente de contención que tribute a las características esenciales de esta mujer que amaba las letras. Por ello la obra transcurre como en un suspiro, como un batir de alas al decir del propio dramaturgo.
 “No es, gracias a Dios, una novela humana. Quizá no sea ni siquiera una novela. El Diccionario de la Lengua dice —y hay que creerlo— que novela es una obra literaria donde se narra una acción fingida; y cabe preguntar si merece el nombre de acción este ir y venir infatigables, este hacer caminar infinitamente a una mujer por su jardín”. (Ídem)
 Todo ocurre bajo la imperiosa necesidad del viaje, de partir, de amar, de temer. Estas fueron además las palabras de la actriz, de Lissette de León, la joven muchacha que encarna el personaje en la escena. Acudiendo al distanciamiento, o al “acercamiento”, esta muchacha se descubre dentro de Emily para analizarla y confrontarla desde dentro. Nada ocurre mejor que lo que se tiende sobre uno mismo. En emily la bipolaridad entre actriz y personaje se delimita y se materializa en los cambios de vestuario que asume la intérprete ante nosotros mismos. Todo apoyado por la música que se cuela entre las angostas ranuras de los sentidos.
Lissette es entonces la actriz que nos narra a través de sus cartas el descubrimiento y el enfrentamiento con la poeta mediante la obra de teatro. Emily se vuelve así el vehículo más cercano para hablar de interioridades humanas y de pasiones ocultas. Este diálogo entre la actriz y el personaje armoniza muy bien dentro del contexto del espectáculo, puesto que revive ciertas zonas particulares dentro del ámbito íntimo de la representación. Sustenta de esa forma el lirismo casi onírico que matiza el escenario.
El pequeño farol, las mustias cartas amorosas que naufragan en la cornisa, el velo de oscuras insinuaciones, el rígido neceser que oculta los sueños de la escritora, el anhelo perenne de viajar hacia los rincones más soterrados del alma atormentada son el equipaje de la poeta y Lissette, su joven compañera de viajes. Todo sucede como en el jardín.
“unas rosas muy solas…”
“Si le justificamos a mi novela la condicional de acción, forzoso es convenir en que su trama ha resultado tan espaciada y débil, tan desprendida a tramos, que apenas alcanza para sostener la armazón de los capítulos (…) No sé si, una vez hecha, se rompa la invertebrada historia en otras manos menos cautelosas que las mías y con menos precisión de serlo”. (Ídem)
En la obra de Charles las acciones parecen escapársenos de las manos con la misma velocidad que aparece la muerte. La muerte, esta señora de negro que una vez más entra al escenario, en emily cambia de forma y de pareceres para flotar sobre la cabeza de la poeta. Pasa y se detiene como en los poemas de Dulce María, solo que en el espectáculo viene acompañada de la música y la lágrima; mientras que en la poesía de la Loynaz, la muerte es traída por el río en silencio, con ciertos desganos de rocío.
En esta obra, la música actúa desde adentro, con el perenne objetivo de apuntalar la acción por momentos pequeña y escurridiza, casi muda. La acción interna en esta puesta es amplia y abarcadora. Emily desea emprender el viaje, y su vida, las paredes y los prejuicios le obstaculizan la mirada. Sin embargo, esta gran acción se mantiene a lo largo del espectáculo, significando un peso enorme; mientras que las acciones externas se contienen y se recortan en pos del encierro. El personaje se debate entre sus deseos de partir y la clausura a la que ella misma se confinó.
Si mezclamos estos dos elementos, acción interna, enorme pero invariable, y acción externa, pequeña y sajada, obtenemos entonces un matiz de fantasmal densidad, atributo idóneo para este espectáculo que parte de la angustia y el tormento.
“En algún momento, la mujer se nos contagiará del antiguo misterio vegetal que aprisiona su vida; en otro, será el jardín el que abandone su rigidez leñosa, el que se vivifique a ese temblor de sístoles y diástoles que ella logra traspasarles a la honda raíz, al tallo tibio” (Ídem)
Por esos caminos se encuentra Emily, por los mismos de Bárbara, la mujer que navega dentro del jardín sin conocer apenas el mundo, asombrándose del dinero y las modas, de los sentimientos y el tacto. Emily se me parece tanto a Dulce María Loynaz desde su propio encierro, desde su carácter duro y agreste, desde su natural poesía. Lissette es entonces un tramo de mujer que se adhiere a la matriz perfumada y universal de la poesía. Esta comunión de hembras que dialogan conmigo en la escena me remite a los sonoros pasajes de mi vida.
Eso es emily, una luz pequeñita que se arroja en asociaciones humanas y divinas. Es la interpretación directa a una mujer con su jardín, a una escritora con sus creaciones. Es un viaje; y más que un viaje, la necesidad de él.
Este espectáculo se encarga de mostrarnos una Emily tan parecida a Dulce, y una Lissette tan igual a Bárbara… una Emily tan dulce y una Lissette tan bárbara…

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